Mi madre me perseguía, bastidor en mano, todas las tardes de verano. Le hubiera gustado enseñarme ella este arte, pero a mi me parecía aburrido y una perdida de tiempo (mi tiempo para jugar, claro). Por más que lo intentó, buscando aliadas como mi madrina, para que me regalara algún kit infantil… no hubo éxito, no sentía atracción.
Mis tardes pasaban volando, jugando al fútbol con mis hermanos, o en mi “casica” de la marranera, preparando comiditas a mis muñecas, o persiguiendo a esos gatos de los que aún llevo las huellas por mi cuerpo, o haciendo carreras de bici, o… Pero jamás le presté atención al bastidor, por atractivos que mi madre comprase los hilos (que me encantaba como ella los trenzaba para usarlos cómodamente), ni por preciosas que fuesen las telas. Jamás lo consiguió.
Pero con el paso de muchos años, y el aburrimiento de algunas temporadas en mi anterior trabajo, el punto de cruz vino a mi y consiguió atraerme. Un día, de esos en que poco tenía por hacer y tras cansarme de leer (no porque no me guste la lectura, sino porque llevaba mucho leído), bajé al kiosco a por alguna revista. Y ahí estaba ella, esperándome, toda atractiva con su portada colorida y una cajita de regalo como gancho. No me pude resistir ante tal tentación y la compre, “Todo Punto de Cruz”. Cada página que pasaba era un descubrimiento de maravillosos bordados, y me enamoré de lo que mi madre quiso enamorarme.
Al día siguiente no pude evitar comprar otra, “Ideas y Puntos”, al tercer día cayó “Susana”, luego “Labores del Hogar” y así comenzó mi afán compulsivo por todas las revistas de PdX. Lo malo era que todos esos bordados me encantaban y yo no sabía como hacer, ya que nunca presté atención a mi madre.
Pero enseguida me fijé en las explicaciones, en todas las revistas venía (y viene) la técnica y fui a mi madre… a por tela, aguja e hilo… No se lo podía creer, pero yo me hice la dura (jeje): “No, no es para bordar, es para hacer pruebas de otra cosa”. A ella se le reían los huesos. Y yo comencé a aprovechar el tiempo libre que me ofrecía mi trabajo. Empecé a dar puntadas y comprobé que era más fácil de lo que yo pensaba y que, al natural, todo era más bonito que en las fotos de las revistas.
Así fue como poco a poco fui enganchándome a esta afición, que a día de hoy necesito hacer a diario. Y de entonces a ahora ya han pasado 14 años. Pero a pesar de que parece que lleve mucho tiempo en esto, me considero novata, con mucho por aprender y mucho por perfeccionar. Pero sobretodo tengo más ganas que nunca de BORDAR.
La foto es de un costurero DMC, regalo de una suscripción en 2003 a Labores del Hogar, fué bordado en agosto de ese año.
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